El dolor en sí mismo no es un mal que tengamos
que evitar a toda costa.
El dolor es un maestro que nos puede enseñar
muchas cosas.
El dolor nos instruye, nos dice que cambiemos,
que dejemos de hacer una cosa y emprendamos otra,
que dejemos de pensar en cierta forma y empecemos
a pensar en forma diferente.
Y cuando nos negamos a escuchar al dolor
y a sus enseñanzas, lo único que nos queda
es convertirnos en escapistas.
Efectivamente, lo que decimos es:
no voy a escuchar,
no voy a aprender,
no voy a cambiar.
Las personas abiertas y que van creciendo
no toman a regañadientes la pedagogía del
dolor y buscan el cambio.
Intentan respuestas y correcciones adecuadas.
Los otros no escuchan las enseñanzas del dolor.
Se contentan con establecerse y vivir con el 10 %
de su potencial humano. Se contentan con morir,
sin haber realmente vivido.
Mediante las verdaderas y permanentes
relaciones del amor, podemos recobrar
la aceptación de nosotros mismos,
la realización de lo que valemos.
Si poseemos estas dos cualidades,
todo lo demás se irá desplazando en dirección
del crecimiento, por el sendero de la paz.
Cuando faltan el amor y el sentido del
valor personal, lo único que queda es
una existencia parcial.
Y así solo podremos lograr una fracción
de lo que pudimos haber logrado y vivido.
La Gloria de Dios que consiste en que
la persona viva plenamente,
habrá quedado recortada.
Aprendamos del dolor.