20 ago 2013

HAY UNA CUEVA LLENA DE RIQUEZAS, ¿QUIERES ENTRAR?





Cuentan que un cierto día una mujer que llevaba a su pequeño hijo en sus brazos, escuchó al pasar por delante de una cueva, una misteriosa voz que le decía: "Entra y coge todo lo que desees. Pero recuerda que después de que hayas salido la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha esta oportunidad, pero no te olvides de lo principal..."

La mujer entró en la cueva y encontró mucho oro y piedras preciosas de todas clases y dejando a su hijo en el suelo empezó a llenar ávidamente su bolso y su delantal con todo cuanto veía. Cuando de repente escuchó nuevamente aquella misma voz que parecía salida de ultratumba y que le dijo: "Se te acaba el tiempo, estate atenta porque cuando menos lo esperes se te dará una señal para que la abandones. Sal de prisa en cuanto la oigas, pero no te olvides que una vez que hayas salido de la cueva no podrás volver a entrar, así es que no te olvides de lo principal...".

Al cabo de unos pocos minutos, tal como le había dicho la voz, escuchó un ruido estruendoso que sacudió toda la cueva y con el bolso y el delantal cargados hasta rebosar corrió a toda prisa hacia fuera de la misma y sólo un segundo después la puerta se cerró tras ella.

Fue entonces, cuando se dio cuenta de que con las prisas se había olvidado de su hijo que quedaría encerrado allí dentro para siempre, pues aquella puerta jamás volvería a abrirse. Toda aquella riqueza le desapareció con la misma facilidad con que había llegado a su poder; sin embargo la desesperación de haber perdido a aquel ser al que tanto amaba le duró siempre.

Lo mismo suele ocurrirnos a nosotros. Nos dejamos seducir por los llamados placeres de la vida... Acumulamos con avidez las riquezas, el dinero, los llamados bienes materiales, todo lo que consideramos tesoros en la tierra, en lugar de preocuparnos de la salvación de nuestra alma que dejamos abandonada en un rincón como hizo esa mujer con su hijo, y de acumular tesoros para el cielo... Pero con que facilidad lo dejamos abandonado todo en un rincón como hizo esa mujer con su hijo... ¡Con que facilidad nos olvidamos de lo principal…!

Vivimos obsesionados buscando la felicidad en esta vida, agotamos el tiempo de nuestra existencia sin pararnos a pensar que no somos eternos, que estamos aquí de paso… y que cuando se "cierre" la puerta de esta vida será para siempre. Y entonces de nada nos van a servir ante Dios nuestros bienes materiales, nuestros logros ni éxitos, ni los cargos, los títulos, ni ningún tipo de lamentación.

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