Un buscador
estuvo viajando durante cuarenta días por el desierto para encontrar un maestro
sabio, porque la leyenda decía que él conocía el secreto de la felicidad. Finalmente llegó a su precioso palacio. Le sorprendió comprobar que dentro había
mucha actividad, comerciantes yendo y viniendo.
Una música deliciosa llenaba el aire.
El maestro, que no parecía un santo en absoluto, estaba preparando una
ensalada en la cabecera de una mesa llena de invitados que observaban ansiosos
mientras hablaban animadamente. Le hizo señas para que entrara y comiera con
ellos. El buscador dijo al maestro, (que
estaba midiendo una cucharada de aceite), que quería aprender el secreto de la
felicidad. “¡Ah! Asintió el maestro, y
le pasó la cuchara con el aceite. Sal a
explorar mi palacio llevando esta cuchara sin derramar una gota. Vuelve después de dos horas y te diré el
secreto de la felicidad”. El buscador
subió y bajó las escaleras del palacio, manteniendo los ojos fijos en la
cuchara. Después de dos horas, volvió al
salón principal como le había dicho el maestro.
“Bien, -le pregunto éste-, ¿qué maravillas has visto?”.
Avergonzado, el
buscador le confesó que no había podido ver nada porque su única preocupación había sido no
derramar el aceite. “Bien, entonces, ve otra
vez a mirar”, insistió el maestro. El buscador cogió la cuchara y volvió a
explorar el palacio, esta vez examinando de cerca las obras de arte de las
paredes y techos. Vio jardines llenos de
flores y hierbas de dulce olor, probó comidas deliciosas y disfrutó de una
música celestial. Cuando volvió y
describió la belleza de lo que había visto, el maestro le preguntó: “¿pero
dónde está el aceite que llevabas en la cuchara?”. Avergonzado de nuevo,
admitió que se había olvidado del aceite y lo había derramado. El maestro se rio. “Descubrirás
el secreto de la felicidad cuando puedas disfrutar de las maravillas del mundo
y al mismo tiempo recordar siempre las gotas de aceite en la cuchara”.
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